Fotografía Ron Lach

De la fe, una mirada nueva

Compartimos el testimonio durante la Asamblea de Responsables en Paraguay que tuvo como lema “Comencemos a juzgar: es el comienzo de la liberación”
Sonia, Paraguay

Soy jueza penal desde hace 10 años. Me costó acceder a este cargo, debido a la compleja naturaleza de los concursos para acceder al mismo. Son concursos exigentes desde lo académico profesional y además, tienen componentes políticos que interfieren en las designaciones. Mantenerse por 10 años, en un cargo de poder jurisdiccional como el de un juez, fue y es un desafío, una "tensión" permanente e implica un constante ejercicio de la moralidad.

Mi trabajo consiste en condenar y absolver personas, tomando decisiones radicales, en tiempo real e inmediato, ya que soy jueza de sentencia (juicios orales y públicos). Juzgar con humanidad es clave para sentenciar con humanidad. Soy juez de las circunstancias, pero no soy dueña de la vida de los condenados.

Juzgo los hechos, pero las personas procesadas y condenadas siguen siendo personas, con la dignidad inherente a su ser, que les es dada por Dios. Se condena el acto, el hecho cometido, pero la persona mantiene su condición de tal. Rezo para sentenciar "respetando" a los que deben ser condenados. También rezo para hacer justicia a las víctimas. Veo las miserias y el
dolor, tanto de las víctimas como de los victimarios.

Nunca estuve tranquila durante estos años de función judicial, porque decidir, sobre la "libertad" de las personas, es una tarea "sagrada", como soy yo, sagrada para Dios. Tengo que estar muy atenta y rezar para no volverme cínica, ante las miserias que conlleva el crimen.

Varias veces me preguntaron, como hago para que no me afecten emocionalmente los casos que son sometidos bajo mi jurisdicción y la verdad es que siempre me afectan. Y rezo para que no se apodere de mi, ningún tipo de cinismo que me impida seguir "sintiendo en la carne" las consecuencias del pecado, en su dimensión criminológica. Siempre pido poder recordar que soy pecadora al igual que esos procesados.

Si me vuelvo indiferente juzgaré como "autómata" y las personas a las que juzgo son humanas, con historias como la mía. A veces me toca imponer sanciones muy duras (pena privativa de libertad de 30 años), pero el "trabajo" de mirar los cosas desde la perspectiva humana, recordando la misericordia de Dios sobre mi, me permite juzgar analizado la totalidad de los factores. Juzgar no es una simple operación mental, sino que un análisis integral de dimensiones ontológicas, que tiene sus variaciones y complejidades…

No es verdad que desde la función pública, no pueda servirse a Dios y justamente, Dios no me ha abandonado nunca; me da la fuerza que no tengo y a través de la compañía de la iglesia, me sostiene en la tarea jurisdiccional que hoy me toca desempeñar. No estoy exenta de equivocaciones, pero soy libre, al ofrecer todo lo que hago, por la Gloria de Dios.