Ciudad de Santa Fe, Argentina

Testigo

Una guardia en el Hospital con su hijito de un año… “Ahí empezó todo.” El camino de Lorena hasta decir que la realidad es perfecta y que “si me toca a mí sufrir, eso no la cambia”. Y hasta descubrir, muy pero muy cerca, un testigo.
Lorena, Santa Fe (Argentina)

Quiero compartir lo que viví hace algunas semanas, con la internación de mi hijo menor de un año. También lo compartí en mi escuela de comunidad, de esta manera:

“Esa noche, en la guardia, me dijeron que él podía tener una infección en la sangre, que era necesario estudiarlo.

Ahí empezó todo. No sé cómo estoy parada. No soy la misma. Alguien me desactivó el acelerador interno. Todas las impurezas, todo lo que no sirve, mental, social, espiritualmente, todo ha corrido con las lágrimas. Sólo queda lo importante.

El trayecto desde el minuto uno de correr a la guardia del sanatorio (un viernes), hasta hoy, martes (día 2 en casa, faltan todavía resultados de análisis por conocer), parece el de un duelo. Primero, la negación, me negaba a que lo internen; segundo, el enojo, me enojé con las enfermeras y médicas; tercero, la resignación...

Pero, ¿qué es lo que muere?, ¿qué murió en mí?
Pienso en todo lo que dije en la escuela de comunidad pasada: “esta tristeza que tengo no quiero que me determine”, “yo no soy esto que siento”.
Las preguntas, el inicio de cada pregunta…hasta el final de cada una –todo- es Él: Dios, ¿cómo?, ¿para qué?, ¿qué cosa no hice bien? ¡Hablame ahora!
Él, primero y Él, último.

Lo que muere es ese ‘yo’ anterior, no sólo el mío, el de mi esposo también. Esa creencia de ser poseedores de la realidad, o las peleas por, en el fondo, no reconocer que no tenemos nada bajo nuestro mando.

Las cosas pasan por algo: el camino de mi marido -puede contarlo él-, la sacudida mental que Dios le dio con esta realidad, es impecable. Ese sábado, estando Salvador ya internado, salió corriendo y llorando, buscándoTe. Llegó a una misa, sin saber a qué hora era (a las únicas dos misas que va en el año son a la de Pascua y la de Navidad). Y Vos estás ahí (puntual llega) y Juan, mi marido, feliz. Entra triste y sale feliz. Llora y ríe. Feliz en su desesperación porque Te encuentra. Le pregunto, por teléfono, qué decía la homilía. “Habló de que Jesús no entendía a una muchedumbre que corría para todos lados sin seguir un pastor. Y terminó con una frase que decía hay que hablar más con Jesús, cada uno a su manera, pero hablar más con Jesús”.
La hiciste para él. La hiciste para mí. Para cada uno de nosotros.

Vos Dios, siempre Vos. Sos la explicación de cada una de las cosas que están y que suceden aquí. El que no te mira, es porque no quiere. ¡Y no porque no te sepa!
Antes de ese viernes, ese día, esa semana, mi marido no estaba: miraba pero no veía. Mudo. Yo hablaba y él no contestaba; me escuchaba, pero en realidad no escuchaba. Estaba enajenado en sus cosas -como cualquiera de nosotros-, en el trabajo, con un problema.
La realidad es perfecta y si me toca a mí sufrir, eso no lo cambia.”

En la siguiente escuela de comunidad no pude leer todo esto que había escrito. Aunque todo lo que dijo Carlos, quien la guía, todo era provocación para mí. Casi mis mismas preguntas escritas. Habló también de los testigos, y me quedé pensando en eso. Luego pude terminar el escrito: mi primer testigo acá es mi marido, Juan.