LA CARICIA DEL NAZARENO EN PLENA PANDEMIA

Un intenso diálogo lleno de preguntas del pediatra Matías Gamarra al sacerdote Ignacio Carbajosa, autor del libro Testigo de excepción. Cómo se puede afrontar tanto dolor sin cansarse de dialogar así con un Misterio imponderable…
Osvaldo Bodean

«Gracias por esta oportunidad de diálogo transoceánico», dijo el sacerdote español Ignacio Carbajosa. Habían pasado algunos minutos de las 18h, hora argentina, 23h en España, del sábado 17 de octubre. Comenzaba un intercambio de preguntas y respuestas con el autor del libro Testigo de excepción, en un gesto organizado desde Comunión y Liberación de Argentina, que fue seguido por cientos de personas que se conectaron desde Uruguay, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay, España, además de Argentina.

Pero fue como si el Atlántico se evaporara al calor de un “encuentro” que tornó presente la “caricia de Cristo”, despierto en la barca del mundo agitada por la pandemia. Del lado americano del océano, un pediatra argentino, Matías Gamarra, dispuesto a disparar preguntas esenciales, inspiradas no solo en la lectura del libro sino también en su propia experiencia. Del lado europeo, Ignacio Carbajosa, sacerdote diocesano de la archidiócesis de Madrid, biblista y catedrático de Antiguo Testamento en la Universidad de San Dámaso.

El primer interrogante fue al hueso. «Cuando todos quieren evitar el contacto con los enfermos, te ofreciste para acercarte a acompañarlos, ¿cuál fue el camino para llegar a esta decisión?», quiso saber Gamarra.
No sería exagerado decir que todas las respuestas de “Nacho” Carbajosa, como le dicen sus allegados, sirvieron para ir descubriendo qué le movió a ofrecerse para asistir a los pacientes en el hospital San Francisco de Asís, adonde desembarcó justo en el día en que España alcanzó el pico de 980 muertos. «Empecé el confinamiento –contó– teniendo en los ojos, como hipótesis, la provocación que nos había lanzado Julián Carrón en aquellos días, al decirnos que vivir intensamente la realidad nos hace más religiosos. Cuando entré en el hospital, no sabía lo que me iba a esperar. Esta provocación de Julián era un punto de partida, una hipótesis, que luego tenía que jugar en esas circunstancias dramáticas».



A renglón seguido, Gamarra invitó a Carbajosa a hablar de Juan Carlos, nombre ficticio para identificar a un “vasco duro”, a cuya habitación el sacerdote entró por equivocación, y la relación no empezó nada bien. Muy enojado por su enfermedad, muy ofuscado, casi lo echa. Hasta que “afloró el verdadero Juan Carlos”. ¿Cómo fue posible ese encuentro? ¿Cómo lograr llegar a un mano a mano con el que tenemos adelante, perforando los escudos detrás de lo que ambas partes se parapetan?
«Lo que facilita el encuentro entre dos personas en cualquier circunstancia primero estalla, no hay que inventarlo, porque cada uno de nosotros es esencialmente “necesidad de”. Necesidad de una alteridad. Somos gente necesitada, vulnerable». En su opinión, hay una condición esencial para todo encuentro: dos libertades que se reconocen igualmente necesitadas. «Se necesitan dos libertades, la del enfermo, que poco a poco reconoce que está necesitado, esencialmente necesitado de significado, de vida, de cariño, de ayuda, y yo diría también la libertad del médico, mi libertad como capellán, que es importante que nos reconozcamos igual», precisó.
«¿Y qué me encontré cuando digo que salió a la luz el verdadero Juan Carlos? Detrás de esa capa de autonomía, de independencia, vi un hombre herido, un hombre que tenía miedo del sufrimiento, y por tanto necesidad de significado. Un hombre que amaba a su mujer, que tenía nostalgia de su mujer a la que no podía ver. En el amor a su mujer, salía que esencialmente yo soy necesidad de otro, he sido hecho por otro, y la mujer es el signo más potente para el hombre. Y finalmente, este hombre llegó a pedir la unción –era más bien agnóstico–, este último ceder, cuando veía, cuando intuía la muerte, este último ceder a una posibilidad de significado que el corazón intuye más o menos».

El diálogo llegó a su cúspide cuando Matías Gamarra invitó a Carbajosa a definir en qué consiste llevar la “caricia de Cristo” a las habitaciones del hospital y qué beneficio obtenían en ello tanto él como los pacientes.
La memoria de la encarnación se volvió eje central de la respuesta. «La caricia del Nazareno consiste en que históricamente alguien entre a la habitación del hospital cuando estoy en las últimas y aquello que se ve en la pared, el crucifijo, se haga contemporáneo: Cristo ha muerto por ti, toma la mano de la madre, toma la mano que te lleva al Padre. En medio de la agonía, en medio del sufrimiento, alguien conoce verdaderamente para qué estoy hecho, a quién va mi corazón, a quién va mi deseo de eternidad y quién me salva».
Carbajosa resaltó cómo en los momentos cruciales todo remite a un “nombre histórico”. «¿En qué sentido yo llevaba la caricia de Cristo? En una cosa tan sencilla como que, cuando uno está postrado en la cama, sin familiares, sin relación con nadie, tiene dificultades para respirar o ya está en una situación en la que sufre mucho o está sedado, en esos momentos ya no vale el decir “ánimo”, “ya irá mejor”, o “vengo mañana”, “ya le diré los resultados”... Ahí ayuda una palabra que tiene que ver con la historia, que es una de las cosas que más me ha sorprendido en este tiempo, no tiene que ver con el aliento, con la razón en el sentido de quién sabe si este medicamento me da esperanza. No. Tiene que ver con un nombre, el Padre». «Además, yo, como sacerdote, llevaba el sacramento de la Eucaristía, el del perdón, la unción de los enfermos, que es algo más que una palabra de consuelo. Ahí hay un gesto que es eficaz, dice la Iglesia, es el mismo Cristo que ha muerto en la cruz y ha resucitado».

En este ‘toma y daca’ de preguntas y respuestas se intercaló un episodio personal de Gamarra, el pediatra argentino, que reveló una experiencia que le marcó en medio de la pandemia, la muerte de un niño. «Eran las tres de la mañana y estaba en un hospital oscuro, con pocas luces, al lado de la madre que lloraba y sufría la muerte de su hijo, sin familia. Porque tampoco podían acercarse, por la pandemia. Y uno se pregunta: “¿cómo puede ser que yo, que nunca la había visto y quizá nunca la hubiera conocido, de repente soy los únicos oídos que pueden oírla y los únicos ojos que pueden verla, en el peor sufrimiento de su vida?”. El diálogo con el Misterio fácilmente empieza a decaer. Uno empieza con preguntas como: ¿por qué sucede esto?, ¿por qué la realidad es así?, pero frecuentemente a mí me pasa que, a medida que transcurren los días, el diálogo se apaga. En cambio, en el libro este diálogo, a medida que avanzan los días de tu estadía en el hospital, se va haciendo más claro, más sencillo, más presente. ¿Cuál es el valor que le otorgas a la compañía, quién te ayuda para que este diálogo no decaiga?».
Carbajosa respondió apelando a la imagen de la barca en medio de la tormenta. «Han sido meses en los que he estado en esa barca, en mitad de la tempestad, con Jesús. Hay una diferencia enorme entre estar en la barca, en mitad de la tempestad y en mitad del océano, y estar en ella con Jesús. Podemos subrayar lo que queramos, cuanto queramos, que hay muchas olas, que en la barca entra el agua, pero el dato que yo miraba es que estaba con Jesús, y en mi experiencia personal esto ha llegado a través del carisma de Comunión y Liberación, y sobre todo la figura de Julián, que jamás como en este tiempo nos ha acompañado tanto desafiándonos».
«A mí me ha pasado que, al igual que los discípulos, me he encontrado con la carne de Cristo dentro de una compañía humana absolutamente excepcional, mis ojos se han abierto, mi razón ha hecho un camino, hasta llegar, igual que los discípulos, a esta serena certeza de su presencia, cargada de hechos y verificada con el tiempo».

Pero no es que a Carbajosa le haya resultado todo fácil. Le tocó atravesar momentos extremos donde parecía que todo se derrumbaba, como aquel Domingo de Pascua cuando sintió que su razón se había quedado en el umbral. «Celebré la Eucaristía por la mañana con las hermanas de la comunidad que vive dentro del hospital y así entré a las habitaciones, con la alegría pascual, y no tardé muchos minutos en, habitación tras habitación, toparme con este dato testarudo, que tampoco podía resultar extraño, que había gente que sufría como si fuera viernes de dolor, viernes santo. Aquellas circunstancias me herían», confesó.
«Es verdad que en ese momento el sufrimiento exagerado y el dato de la muerte, porque he visto morir a decenas en ese hospital, ponía mi razón como en el umbral de concluir: 2 + 2 = 4, aquí se sufre como condenados, ergo, por lo tanto, no hay una Providencia, no hay un significado, no hay un sentido. ¿Qué es lo que me permitía no dar ese paso, no caer en el vacío, y ser herido, sea como sea? Me lo permitía, por decirlo de algún modo, también mi razón, mi experiencia. Yo no puedo negar lo que han visto mis ojos, yo no puedo negar que en mi vida ha entrado de forma potente, evidente a mi experiencia y a mis ojos, el Misterio divino hecho carne en Cristo. (…) Junto con el dato de la muerte, está el imponente dato del ser, que yo estoy siendo hecho en este momento, que existen las cosas. En este sentido, esto es lo que ha permitido que este impacto con la realidad dura, muy dura, se convirtiera en mí en un diálogo, diálogo o duelo en el sentido bíblico, de Job con Dios, un diálogo de preguntas».

El cierre del diálogo estuvo marcado por una palabra: imponderable: «He de confesar, con el camino que he hecho, que desde marzo he visto la irrupción del imponderable en la historia, que lleva la iniciativa, y por tanto estoy cargado de curiosidad, en este tiempo histórico que vivimos, absolutamente nuevo, con curiosidad por ver cómo lleva la iniciativa, por dónde me lleva, qué cosas vamos a aprender. No me gustaría perder este tiempo, que pasara y no haber aprendido cosas». «Que este imponderable tenga el rostro bueno del Nazareno, que yo pueda hacer la experiencia de su presencia, que sea una ocasión para reconocer la caridad de la Iglesia en los necesitados, en los hospitales, dando de comer, que salga a la luz la potencia de Cristo en nuestra compañía evidentemente solo será posible para aquellos que le han conocido, pero que a su vez ceden, ceden a este estar en la barca y a decir: “Señor que me ahogo, despierta”», concluyó Carbajosa.
Decía Luigi Giussani en ¿Se puede vivir así? que si no existiese el método del conocimiento por la fe «no sabríamos cómo movernos; mejor, uno sabría cómo moverse, ¡pero en un metro cuadrado!», es decir, sin dejarnos acariciar por Cristo. No hace falta una pandemia para que la vida entera se vuelva una cuarentena permanente, un confinamiento en «un metro cuadrado».