Santa Fe, Argentina

EL CIELO EN NUESTRA CASA, TAMBIÉN CON CORONAVIRUS

Un cúmulo de circunstancias negativas hace que Mónica grite: «no me puedes pedir más». Pero la realidad no le da tregua y la invita a mirar, y a descubrir las caricias de ciertos “ángeles” que empiezan a aparecer

«Cuando pienso que nada más puede pasar… pasa. Así que ya no quiero vivir esperando que no me pase nada, sino más bien esperándolo a Él». Es lo primero que vino a mi mente ante la posibilidad de estar enferma de Covid, porque ya venía atravesando una serie de desafíos importantes y dije: «no me puedes pedir más».

Paralelo al gran malestar físico, vino también el miedo de haber contagiado a mis hermanas, a mi familia, compañeros de trabajo. En ese momento de gran angustia recibo un mensaje: «Ni un pelo de nuestra cabeza está fuera de la mirada y del abrazo del Señor, misteriosamente. Descansa en este abrazo y pide verlo, también en esto». Fue la primera caricia de un ángel enviado por Dios para aliviarme.

Empecé a ceder, ya no quería quejarme ni calcular. Comencé a ofrecer y a darme cuenta de que no soy mejor que nadie, ni tengo ningún privilegio. ¿Por qué no me tiene que pasar? ¿Quién soy yo para que no me pasen las cosas? Si el mismo Jesús que era el hijo de Dios y pasó por la cruz. El “ángel” vuelve a escribirme y me dice: «La cruz salva al mundo, en este momento eres una amiga cercana a Jesús en la cruz».

Al sexto día la fiebre seguía y me habían dicho que existía la posibilidad de ingresarme. Me llamaron y a las dos horas ya estaba la ambulancia en la puerta de mi casa. Me asusté mucho y comprendí lo que muchos decían. Esta enfermedad nos iguala a todos, no hay ricos ni pobres ni clase media. Todos vamos al hospital y ahí somos todos iguales. Me atendieron muy bien, pero también vi la realidad del hospital, al que habitualmente no voy.
Cuando llegó la ambulancia se acercó una vecina muy cotilla, lo cual me causó rechazo. Pero después ocurrió algo asombroso. Todos los días venía a la puerta de casa para preguntar qué necesitábamos y hacernos los recados.

En medio de esta situación estábamos también en vísperas del 15º cumpleaños de mi hija Leti, y eso era para mí una preocupación añadida, pero me abandoné y dije: «tendrá que pasar por esto, no puedo ahorrárselo».
Y fue impresionante el cumpleaños. Amigos nuestros vinieron con un cartel a cantarle en la puerta de casa. Le mandaron muchos regalos y sorpresas. Pero lo más lindo fue verla a ella, el camino que hizo. Al principio estaba de bajón por tener que cambiar tanto sus planes, pero después aceptó y disfrutó cada momento con mucha alegría. Al final del día dijo: «si no hubiera sido por el coronavirus no hubiera tenido tantas sorpresas».

En este tiempo he recibido innumerables mensajes: gente del trabajo, madres de la escuela, etc. Me resultaba chocante ver el pesimismo, del que muchas veces también somos parte. Comentarios como: «qué momento tan horrible, qué situación tal espantosa, pobre Leti que justo ahora cumple 15, ojalá pase rápido este año»... Nada de eso se correspondía con lo que mi corazón deseaba ni tampoco con lo que yo veía.

Estoy inmensamente agradecida por haberme curado y por no haber contagiado a mi familia, cosa que vivo como un milagro. Dice la Escuela de comunidad en el libro Un brillo en los ojos: «Nada lo atraía como el Padre. “Yo y el Padre somos uno”. Ni siquiera el mal que sufría conseguía separarlo del Padre. Es más, precisamente ahí se veía toda la densidad de su relación con el Padre, que le lleva a fiarse más allá de cualquier medida». Esto es lo que pude ver y tocar. Fue dramático fiarme pero he podido ver como Él ordena todas las cosas para nuestro bien, misteriosamente.
Mónica, Santa Fe (Argentina)