El presidente argentino electo, Alberto Fernández

«ELEGIR SIN EXCLUIR: EL OTRO ES UN BIEN PARA MÍ»

El 27 de octubre el pueblo argentino acudió a las urnas a elegir nuevo presidente, el peronista Alberto Fernández. Este el manifiesto de la comunidad de CL de cara a las elecciones

Aportamos nuestra “experiencia” como argentinos que vivimos nuestra historia, apasionados por la belleza y la riqueza que encierra nuestra identidad. Somos un pueblo, cuya identidad es el reconocimiento de lo diferente y el encuentro de lo diverso. Toda nuestra historia, desde sus orígenes, consistió en el desafío de reconocer al otro, desde el vecino hasta lo último, como parte de la propia identidad. Así, se fue plasmando una amistad social operativa reconocida por todo el mundo. Hasta 1870 éramos apenas 1.800.000 habitantes, luego, de 1870 a 1940, llegamos a incorporar 4.500.000 de inmigrantes de todo el mundo. Se formó un país integrado por ese “poliedro” de razas, culturas, idiomas, costumbres, tradiciones, creencias. Se forjó así un gran país cuya maduración histórica también recibió la contribución de diversos partidos políticos (liberal, conservador, radical, socialista, justicialista, desarrollista). Desde sus perspectivas, siempre parciales por definición, aportaron a integrar el territorio, a los inmigrantes europeos, asiáticos, latinoamericanos y a plantearse la participación activa en la vida económica, social y política de los excluidos en las periferias de las ciudades y regiones marginadas argentinas.

Dentro de ese proceso histórico político, también estuvo presente la tentación de la confrontación violenta entre enemigos excluyentes que destruyen la experiencia básica de ser-nación, la puja de tradiciones (ilustrada-popular, dos Argentinas), de relatos (liberal-revisionista), de controversias (agraria o industrial), de enfrentamientos (unitarios-federales; régimen-causa; peronistas-antiperonistas, burgueses-revolucionarios), lo cual vuelve más que dramática la pertenencia a este pueblo que queremos más unido en su diversidad, libre y protagonista en la construcción del bien común.

En los últimos años se ha dado una profundización de esa confrontación y un deseo de que el otro desaparezca para que sea posible la construcción de una Argentina a la medida de lo que los unos queremos, sin la existencia de los otros. A ello se le agregó el empeoramiento de la situación económica –inflación y desempleo creciente– que afecta a gran parte de nuestros conciudadanos. De modo que reinan la confusión, la incomprensión y la desconfianza que crea muros, allí donde se precisan puentes.

¿Por qué esto no es una maldición nacional sino una gran oportunidad humana? ¿Desde dónde partir para recomenzar y construir? ¿Cuál es el germen que hace renacer una sociedad abierta al diálogo y a la amistad social?

Si nuestra identidad nacional está dada por la amalgama de una diversidad que se encuentra sin anularse, sino amigándose en algo nuevo que el papa Francisco llama la “cultura del encuentro”, entonces, la cuestión no está en pedir recetas sino en que me tome en serio a mí mismo. Esto significa que todo comienza con la persona y que es en vano –como advierte el gran poeta Eliot– tratar «constantemente de escapar / de las tinieblas de fuera y de dentro / a fuerza de soñar sistemas tan perfectos / que nadie necesitará ser bueno». Es en vano soñar que el triunfo de una u otra fuerza política redimirá la situación social, mitificando de este modo el acto eleccionario.

Cada uno, si está atento, encontrará en su camino algo humanamente grande y vivo con quien comparar su deseo profundo. Con discreción, pero con la certeza que viene de la experiencia viva, creemos que la contribución que podemos hacer es vivir una experiencia humana que permita reconocer algo en la realidad que esté a la altura de nuestro deseo.

Dentro de nuestro proceso histórico, sucedió un “Acontecimiento” imprevisto, que no podíamos imaginar y que es un Signo para el mundo entero: el llamado al padre Jorge Bergoglio a la Cátedra de Pedro: el papa Francisco. Sobre esto no nos confunden las impresiones recortadas, sino que nos interesan sus gestos y palabras directas.

En un texto de octubre de 2010, “Nosotros como ciudadanos, nosotros como pueblo”, el entonces cardenal Bergoglio proponía superar la cultura de la confrontación –hoy llamada grieta– por la cultura del encuentro, donde el “otro” es siempre un bien para mí. El cardenal Mario Poli, arzobispo de Buenos Aires, en el último Te Deum, tomó los cuatro grandes principios de ese texto como método para vivir esa “conversión” que necesitamos los argentinos: el tiempo, el abrir procesos, es superior al espacio, al ocupar lugares; la unidad, en el cuidado de la amistad social, es superior al conflicto de intereses contrapuestos que necesitan ir juntos al bien común; la realidad es más importante que la idea, que trata de comprenderla con limitadas luces; el todo, la consideración de todos los factores de la experiencia, es superior a la parte, a aquel aspecto que más nos impresiona. En un reciente encuentro con jóvenes latinoamericanos, el papa Francisco distingue dos tipos de dinámicas: la del “político-intermediario”, que saca rédito de los conflictos, pone en contradicción a los polos oponentes y provoca la enemistad social para dominar; y la del “político-mediador”, que facilita el mutuo reconocimiento entre los polos en conflicto, ya que ambos son necesarios y complementarios en la medida en que abren la mirada sobre el horizonte del bien común.

Considerar seriamente esto, nos permite vivir una experiencia humana realista, completa y a la altura de nuestro deseo. Porque no es eliminando al otro como este deseo infinito se ve satisfecho. El renovarse y multiplicarse de esta autoconciencia es una auténtica esperanza para nuestro pueblo. Al ser conscientes de ello, podremos reconocer en el otro –que puede pensar distinto a nivel político pero que constitutivamente tiene el mismo deseo que yo– a un compañero de camino y por tanto alguien que es un bien para mí, para interrogarme y preguntar, para percibir aspectos ignorados, para aportar aspectos y reconocer límites.

Por ello, este 27 de octubre es una nueva oportunidad de dar un paso de madurez cultural a través de nuestra diversidad política, para ponernos en camino de una Argentina a la altura de nuestra identidad generadora de amistad social y de compromiso cotidiano con la realidad.

Comunión y Liberación Argentina