La simplicidad de los héroes

La propuesta del Papa de vivir la Jornada Mundial de los Pobres.
Viviana Sito Henderson

Siguiendo la propuesta del Papa de vivir la Jornada Mundial de los Pobres, con unos amigos que trabajan y hacen escuela de comunidad en González Catán –una de las zonas del conurbano de Buenos Aires de mayor pobreza en el país, “la periferia” diría Francisco- surgió la idea de hacer un almuerzo para algunas familias necesitadas entre tantas que hay en la zona. Literalmente “una gota de agua en el mar de la pobreza” como dijo el Santo Padre al convocar la Jornada. Ante la imposibilidad de hacer una invitación “abierta” a todo el barrio, decidimos preparar un almuerzo para la cantidad de personas que pudiéramos atender con toda dedicación según el número de voluntarios que se adhirieran. Y así, finalmente invitamos a las familias de quienes llevan adelante los “comedores de barrio”, o comedores comunitarios de la zona. Es necesario aclarar que estas personas no son una “organización”, sino que son pobres que ante las necesidades propias y de los vecinos, a lo largo de las diferentes y reiteradas crisis que ha sufrido nuestro país, han abierto las puertas de sus pequeñas casas y pedido ayuda para dar de comer a los niños en un principio, luego adultos y ahora a familias enteras. Cada uno de estos “comedores de barrio” da almuerzo y merienda a 70/100 familias cada uno.


Éramos alrededor de quince personas que estuvimos desde temprano preparando el lugar en todos sus detalles, el menú, las bebidas, el café y los postres, las mesas donde almorzaríamos, todo con sumo cuidado y cargado de belleza; a mí me parecía que -en medio de cada gesto de la preparación- estuviésemos esperando a un grupo de reyes, y de hecho en nuestra conciencia era así, como cuenta Cintia: “Desde el principio sentí que era un encuentro de agradecimiento absoluto, agradecimiento por la tarea que emprenden todos los días con alegría y dedicación, de entregarse al otro completo sin esperar nada, un ejemplo de gratuidad absoluta”.


En el almuerzo se hicieron presentes María y Narciso, del comedor del barrio Los Ceibos (que dan almuerzo y merienda); Wence y Arcadio, también de Los Ceibos pero un poco más alejados (dan almuerzo y merienda una vez por semana, según los recursos que consigan); Cecilia, que no tiene comedor pero gestiona y destina las donaciones que recibe a los necesitados porque conoce bien la población. También un grupo familiar que ayuda a Aurora, del comedor de los Milagros, en el barrio San Enrique; Paula, del comedor del barrio Los Álamos y Oscar que tiene un centro de actividades para jóvenes donde dan también merienda. Era un espectáculo verlos ingresar de a grupos: nosotros los recibíamos todos juntos dándoles la bienvenida con besos y abrazos, y ellos con sus rostros sonrientes como si fuésemos amigos de toda la vida que nos encontramos después de un tiempo.


El almuerzo fue pensado no solo para servirlos sino además para sentarnos a comer con ellos y compartir un diálogo, gracias a esta modalidad se fueron dando encuentros bellísimos, llenos de experiencias humanas inimaginables. Hemos quedado impactados hasta la conmoción de cómo estas personas dan la vida: en las condiciones en que viven, abren sus casas, y su única preocupación es que los niños no pasen hambre y que cada uno pueda irse “con la panza llena”. Pasan hora y horas cocinando y atendiendo a estas familias, y lo principal es que –haciéndolo- son felices. Hemos visto la radicalidad de acoger en su pobreza a los más pobres, personas que no tienen miedo de decir que tienen fe y ven todo lo que se les da como acción de la Providencia.


Nos cuenta María –que con Narciso hace 56 años que están casados y llevan adelante juntos el comedor- que hubo un momento en el cuál se sintió muy cansada, que no podía dormir pensando en los niños, entonces hablando con un sacerdote amigo les sugirió descansar un poco y hacer un viaje. Dice que ello no le sirvió, porque estando en otro lugar seguía pensando en los niños. Entonces le preguntamos cómo lo había superado y nos dijo: “el Espíritu Santo me ayudó; desde que tomé conciencia de Su presencia, le rezo todos los días al Espíritu y no estuve más cansada”. ¡Y eso que hace treinta años que se levanta todos los días a las 5am a preparar la comida a los niños!


Nos hemos visto profundamente educados por el modo en que estas personas están frente a las circunstancias, se podía ver claramente en la simplicidad con la que han respondido y responden a una necesidad, era la misma simplicidad con la que se dejaban servir. Estaban felices de ser servidos sin preocuparse si debían hacer algo o no, porque –misteriosamente- de esta forma ellos se estaban donando a nosotros como causa y ocasión de nuestro servicio, y nosotros nos descubrimos agradecidos de poder hacerlo. A mí particularmente se me ha venido a la mente esta pobreza de espíritu de la que nos ha hablado don Giussani en la Jornada de Inicio, y ahora en el Porque la Iglesia: es esta misma pobreza que nos da la simplicidad de abrazar todo lo que se nos pide y lo que se nos da con la misma alegría, me he descubierto deseando vivir como ellos, que salvan su vida perdiéndola por Jesús.


Ante esto nos dice Cintia: “Son experiencias que nos ayudan a nosotros a ver cómo hacemos cada uno de nuestros actos… si somos conscientes y podemos tomar algo de lo que ellos brindan con total gratuidad, me parece lo más importante. Así que yo estoy agradecida de poder servirlos, verlos, pensar en ellos desde cualquier detalle para que puedan ser reconocidos en esta tarea y también reconocer esta experiencia que me sirve a mí. Quisiera tener esa mirada, esa energía y gratuidad cada día que me levanto. Sé que muchas veces la tengo, pero no sé si siempre con la entrega total como ellos”


Una palabras del Papa en su homilía de ese día y que retomó Horacio, describen casi literalmente lo que estos amigos nos han mostrado con sus vidas: “En todo, Jesús va contracorriente: primero deja el éxito, luego la tranquilidad. Nos enseña el valor de dejar: dejar el éxito que hincha el corazón y la tranquilidad que adormece el alma. ¿Para ir a dónde? Hacia Dios, rezando, y hacia los necesitados, amando. Son los auténticos tesoros de la vida: Dios y el prójimo. Subir hacia Dios y bajar hacia los hermanos, aquí́ está la ruta que Jesús nos señala. Él nos aparta del recrearnos sin complicaciones en las cómodas llanuras de la vida, del ir tirando ociosamente en medio de las pequeñas satisfacciones cotidianas. Los discípulos de Jesús no están hechos para la predecible tranquilidad de una vida normal. Al igual que su Señor, viven en camino, ligeros, prontos para dejar la gloria del momento, vigilantes para no apegarse a los bienes que pasan.”




Toda la Jornada ha sido una fiesta, hemos cantado juntos y compartido experiencias dramáticas llenas de ternura y una simpatía que dejaban claro el amor que le tienen a los que sirven. En un momento Gabriel –director de la Obra del padre Mario Pantaleo, quien estuvo trabajando a la par nuestra, incluso lavando los platos y sirviéndoles la comida- tomó la palabra para agradecerles por su dedicación. Contó que la quinta en que realizamos este encuentro perteneció al Padre Mario y que la compró porque se llamaba Tupasimy, “Madrecita de Dios” en guaraní, y que era su lugar para descansar y recuperarse cada vez que lo necesitaba –vivía para sanar a la gente con su don de imponer las manos y para construir la obra-. Gabriel les dijo a nuestros invitados que él no sabía cómo expresar lo que siente por su dedicación a los necesitados, más que decirles que para él son “héroes”, palabras que emocionaron a nuestros “reyes” hasta las lágrimas: lo simbólico del lugar, el verse atendidos y las palabras de Gabriel, hicieron que todo se convirtiera de golpe en un lugar donde recuperar el alma.


Podría contar mucho más de lo que pasó ese día, pero quisiera rescatar estos pocos detalles para confirmar mi gratitud de que la Iglesia exista, que esté para reclamarnos a adoptar esta postura original y llamarnos a la experiencia del ciento por uno, porque siguiendo esta propuesta del Papa yo he visto el céntuplo donde uno no puede hacer trampas con la necesidad. He hecho experiencia de cómo en este encuentro yo he cambiado, mi corazón ha cambiado porque veo esta esperanza, la veo en ellos, en mi comunidad y en mí.


“Por esta razón, vivir la fe en contacto con los necesitados es importante para todos nosotros. No es una opción sociológica, es una exigencia teológica. Ni es una moda de este pontificado. Es reconocerse como mendigos de la salvación, hermanos y hermanas de todos, pero especialmente de los pobres, predilectos del Señor.” (Papa Francisco, Homilía 18/11/18)