Una vida cumplida

Bety fue una mujer que nos dio testimonio de una vida cumplida en el amor a Cristo y a la Iglesia.
Gloria Candioti

Conocí a Bety en 1987 en encuentros del Movimiento al que llegábamos por caminos distintos, pero de la mano del mismo sacerdote, el padre Francisco Delamer (que también nos dejó a principios de diciembre) Pablo, uno de sus cinco hijos, nos contó que Bety tuvo una vida marcada por fuertes dolores: polio a los 8, la muerte prematura de su padre que la acompañó por años en su enfermedad, la viudez – «mi papá murió a los 62 años en 1987»-, y muchos dolores corporales permanentes. «Pero a pesar de eso nunca fue una mujer quejosa, luchó mucho de la mano de Cristo. Y siempre ponía el humor y la alegría por delante hasta en los últimos momentos. Otro aspecto clave es que siempre fue una mujer a la que todos le contaban su vida para que les diera un consejo y ella siempre ponía a Cristo como único camino de verdad y vida contando su relación con Él. Y muchos pueden atestiguar que, a pesar de las dificultades, nuestra casa siempre fue una casa de acogida. »

Bety, por razones de salud y de vivir lejos, no había podido participar en gestos del Movimiento en mucho tiempo. Pero cuando pudo volver a hacerlo, nos encontramos con una mujer de una alegría y plenitud que contagiaba. Era claro que en su lejanía siguió perteneciendo al carisma y aferrada a Cristo. Su vuelta significó un testimonio de vida de una mujer cumplida y enamorada de Cristo en las circunstancias cotidianas. Participó en el 2017 en el retiro de la fraternidad y en la Jornada de Inicio de octubre. Poco tiempo, pero suficiente para que su testimonio de Cristo nos conmoviera y nos corrigiera afirmando con su vida que el ciento por uno es posible y real.

En una Asamblea de Escuela de Comunidad en octubre dio el que fuera su último testimonio público y cuando me pidieron hacer esta nota pensé: mejor la escuchamos a ella de nuevo.
Una mujer enamorada de Cristo
«Yo estoy terriblemente enamorada de Cristo, desde hace tiempo, pero últimamente más. Y además, inexplicablemente, él está enamorado de mí y eso no lo termino de entender».

Bety, a poco de quedar viuda -su esposo Arturo falleció de un infarto imprevistamente - viajó a Córdoba para conocer a Don Giussani al que, en ese mismo encuentro, reconoció como padre. Vivió una amistad con el padre Ricci, con el padre César Zafanella y con el padre Leonardo Grasso. A través de su encuentro con el Movimiento vivió todavía más plenamente la experiencia concreta de amor a Cristo y a la Iglesia a la que había adherido desde su niñez.

Una mujer con una confianza en la oración inquebrantable
Su certeza en la oración y en su relación personal con Cristo fue un espectáculo de fe.

«Mi hijo me dijo que venía el padre Leonardo a la Argentina, y después me dijo: no te noto tan ansiosa por saber cuándo viene Leonardo. No se lo digas a nadie, le dije, Leonardo no viene de visita a la Argentina, viene para quedarse. Mi hijo me dijo: Mamá estás loca. A los 15 días me dice: mamá estás loca en serio, Leonardo viene y se queda. Hacía dos años que yo rezaba para que Leonardo volviera.»

Una mujer que vivía el seguimiento y reconocía los regalos de Dios
Bety dependía de sus hijos para moverse y como era muy discreta no pedía que la llevaran a las Escuelas de Comunidad u otros encuentros, y así entonces estuvo muchos años sin participar.

«Ella vivía el Movimiento por la experiencia que le contábamos nosotros», nos contó Julio, otro de sus hijos.
«Cuando un hombre está enamorado, hace regalos y atenciones todos los días. Todos los días el Señor me hace un regalo, de una manera o de otra. Hay mucha gente acá que me conoce y es testigo de los milagros que el Señor hace para mí. »

«Yo hoy estoy acá después de casi 10 años de no poder participar, porque tengo una insuficiencia física, y como mis hijos están hartos de llevarme a los médicos, no podía pedirles que además me trajeran a los gestos del Movimiento. Yo viví a través de ellos la experiencia. Recuerdo al padre Ricci que me decía: Bety no tenés que entender todo, tenés que seguir, seguir al que sigue y eso es suficiente, y eso hice con mis hijos.»

Una mujer conmovida por Cristo que veía en los otros a Cristo encarnado
«Gracias Adrián, estoy conmovida por traerles a mis compañeras de vida el regalo de la música.»

Así agradeció a un amigo que le ofreció un concierto de piano en el Hogar donde Bety vivía. Y hablando de sus compañeras decía:
«Ellas son mi compañía misteriosa pero es la manera de tener a Cristo en la carne, en cada una de ellas. No las hubiera elegido, porque nadie elige a las personas cuando llega a una casa de éstas. Pero las quiero como hermanas. Hay un grupo de ellas que comulgan conmigo todos los domingos y estoy agradecida de que hayan querido acompañarme ahora en este concierto.»

Una mujer que reconocía las huellas de Cristo en su vida
Bety afirmaba que la Presencia de Cristo la veía en todo lo que le pasaba a diario, y vivía una familiaridad con Jesús también en los momentos difíciles.
«...Y a cada problema yo lo siento alado, con alas, y le pido al Señor que me haga un regalito: no me siento bien. Si yo soy Tú que me haces, hacéme un regalito. De una manera u otra, no importa qué, Él me los hacía.»

Una mujer con hambre de plenitud de vida a la que solo Cristo le podía responder Bety nos testimonió que lo más importante y lo que la sostuvo en la vida es el hambre y la sed de Cristo.

«Yo me referí al hambre que sentí todos estos años, sola no me puedo mover y dependo para todo de mis hijos. Tenía hambre de vivir, físicamente, corporalmente, personalmente, la experiencia del Movimiento como la viví los primeros años. Mis hijos que me visitan mucho, son testigos de que muchas veces les dije: tengo ganas de estas cosas pero no puedo. Era un deseo tan desesperante... Mientras tanto sí sentía la presencia -una cosa es presencia y otra cosa es sentirte invadida por Cristo- , a pesar de mi hambre, de mi carencia por mi falta de participación física personal, me daba cuenta de que Él me saciaba con otras cosas que me fueron consolando hasta esta altura de mi vida en la que me cuesta mucho la convivencia con gente que se está poniendo vieja -porque yo nunca digo que estoy vieja, me cuesta muchísimo, soy un sapo de otro pozo, me lo han dicho los kinesiólogos, los médicos: la mala acá sos vos Bety- Ese hambre iba creciendo. Yo disfrazaba el hambre de los primeros años con una resignación y mis hijos me decían: mamá tenés que esperar. Yo que soy nieta de vascos, cuando me dicen algo… Esperé tranquila y me dije: ya va a llegar si no me he muerto -y no me he muerto- En eso es como dijo un amigo: primero hay que morirse, no casi, después con suerte resucitar y después enamorarse furiosamente de Cristo, más que antes. Eso en mi vida espero seguir, porque no me pienso perder más cosas.»
Ahora, Bety no espera más: está en la compañía de Su Amado.

Y nosotros, desde acá, te decimos: Gracias por tu testimonio de amor a Jesús, gracias por tu vida cumplida, y rezá por nosotros para que en la vida seamos fieles y enamorados de Cristo como vos.