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El que tiene fe, ve

“Pero a mí me gustaría decirles esto: lo primero es el bautismo; es la vocación normal, es la que tenemos todos. Entonces ustedes me preguntan… ¿Qué es un monje?
Roberto Maspóns – Ma. Eugenia Vuizot

Y un monje es el que vive a fondo su bautismo, entonces también para ustedes es importante que sean bautizados, lo principal es la fe que nos da el bautismo”.

Así empezó el encuentro con la Hermana María Luz, una tarde calurosa en las vacaciones de familias del movimiento.
Silvina y Sergio, por la mañana, habían llegado hasta el monasterio benedictino Gaudium Mariae en la localidad de San Antonio de Arredondo, a solo 40 minutos de la ciudad de Córdoba. Seguramente, movidos por la indicación del dicasterio, de profundizar el carisma de Comunión y Liberación. Prepararon todo y se dio el aviso a las más de 180 personas que participamos de las vacaciones. Alrededor de cincuenta aprontaron sus sombreros, llenaron sus botellas de agua y fueron al encuentro de esa monja que fue profesora de matemáticas y de física.

“¿Por qué entré al monasterio? Porque quería vivir hasta el fondo mi bautismo… Y lo otro, que es común a ustedes es: la búsqueda de Dios. Fíjense en la regla de San Benito: a quien viene al monasterio y quiere ser monje, el criterio de discernimiento es si realmente busca a Dios. Entonces a mí, ahora me resuena el Salmo: ‘Oigo mi corazón, busco tu rostro’. Me parece que todo hombre, toda mujer, lleva adentro el deseo de la búsqueda. ¡Cómo es el tema del rostro! A los monjes se nos va la vida buscando un rostro, que a veces se esconde, como la mayoría del tiempo, y otras, se nos muestra. La vida se nos va en eso.”

“¿De qué manera lo hacemos? Hay como tres ejes en la vida de los monjes que son: el oficio divino, la liturgia de las horas, que sería como la columna vertebral; la lección divina, que es la lectura orante de la palabra de Dios; y el trabajo, que es fundamental. San Benito dice: ‘La ociosidad es enemiga del alma’. Es por eso que los monjes tienen su horario de trabajo manual. Como dicen los benedictinos: ‘Ora et labora’; para el alma es un equilibrio fantástico.”

Luego alguien le preguntó sobre la comunidad, sobre la convivencia entre ellas, la vida de cada una, los problemas. Y con una voz clara, que resaltaba aún más su acento entrerriano, dijo: “Cuando uno está mal, habría que preguntarse: ¿Quién está ocupando el centro de mi vida? ¿Mi trabajo, mi preocupación, mi yo o Cristo? Porque cuando Cristo está en el centro, todo lo otro se corre. Al respecto, San Benito acuña una frase que dice: ‘No antepongas nada al amor de Cristo’. Y lo repite tres veces. Si nos llevamos mal, nos tenemos que convertir, para eso está el voto de conversión de costumbres. San Benito en la regla dice: ‘No se vayan a dormir enojados’. Entonces si vos tuviste roces con la hermana, porque te podés sacar chispas tranquilamente, antes de la noche te tenés que reconciliar, esto es hermoso. Eso es lo que te va transformando, va transformando la persona”.

De familia judía y siendo estudiante universitaria, le llamaba la atención cómo sus compañeras hablaban del evangelio. Cuenta que, por recomendación de ellas, leyó el evangelio de San Juan: “El verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Y con algo más de veinte años, contó a las personas que habían desafiado el calor y la siesta, que ella en ese momento pensó: ‘esta es la verdad’.

“Hay otro punto que yo quisiera recalcar y es el tema del oficio divino, la importancia de la santificación del tiempo. Nosotros nos reunimos en esta capilla tan hermosa siete veces al día, arrancamos siete y media de la mañana con el primer oficio y lo terminamos diez menos cuarto de la noche.”

“Nos levantamos, un oficio; desayunamos, otro oficio; trabajamos, otro oficio. Y hay algo que es muy hermoso y es que la idea del oficio divino es liturgia. Para que se entienda: cuando nosotros rezamos la liturgia de las horas, es Cristo que me pide la voz para unirme con el cielo. Por eso cuando me dicen: ‘Rece por mí, hermanita’, yo rezo en el oficio divino porque sé que ahí llega seguro, a pesar mío. Entonces miren qué grande que es, que Cristo nos pida la voz para rezar… esa es la riqueza de la liturgia.”
“El Concilio dice: "Cristo asocia a su esposa, la Iglesia." Es fantástico: a mí, que soy un desastre, Cristo me está pidiendo la voz para rezarle. Esa es la riqueza del oficio divino en la liturgia de las horas.”

La hermana María Luz cuenta que era muy feliz dando sus clases de ciencias exactas. Y quizás, algunos percibimos su empeño en querer explicar, como un proceso matemático, el rezo de la liturgia de las horas. Pero no había tiza ni pizarrón. Había una encantadora mirada hacia nosotros. Y entre nosotros, la mirada cómplice de los que no hicimos bien la tarea.

“Y otro punto que es muy importante es que en la liturgia de las horas se nos da lo que tenemos que rezar que son los Salmos. Uno no reza lo que quiere, se te da el mismo día. Fíjense, uno piensa y luego habla, el pensamiento precede a la palabra; en la liturgia de las horas es al revés, se te da la palabra y vos asociás. Por eso dice San Benito: “Hay que rezar totalmente que la mente concuerde con la voz”. Eso es una ascesis increíble, ¿por qué? Porque, por ejemplo, si yo soy devoto de la Virgen, entonces hoy voy a rezar el himno de la Virgen. Y no, no es así, vos hoy tenés que rezar esto. Y vos decís: ‘Pero yo soy devoto de la Virgen’. Y no, hoy tenés que rezar esto. Entonces ¿qué significa esto? Yo no soy el centro, hay alguien que es mucho más que yo y es al que yo me acojo. De ahí la importancia de la liturgia.”

¿Cómo descubrió su vocación?, le pregunta Silvina. ¿A través de qué testigos o encuentros que el Señor le puso, descubrió su vocación dentro de este carisma?

“Quisiera decirles algo más sobre el bautismo, porque yo no nací católica, yo nací en un hogar de una familia judía. A los ocho años me dieron una biblia y leía la palabra de Dios. A los 16 años, como era muy curiosa, me empecé a plantear cómo podía ser que la historia quedara cortada y me puse a estudiar. Yo solo tenía el Antiguo Testamento. A los 18 años empecé a ir a misa a escondidas y rezaba... No sabía cómo era la misa, obviamente, pero sabía que allí estaba Dios. Y uno ve que, pensándolo un poquito, lo santo sale de la liturgia. ¿Por qué a mí me llegaba? Fue una crisis porque dejé de ir a la ceremonia judía, ya que me parecía una incoherencia. Ahí tuve un año difícil, no conocía a nadie. Yendo a misa escuché que el sacerdote decía que el obispo no es un administrador, es un padre. Entonces me fui al Arzobispado. Tenía 27 años. Me atendió monseñor Karlic y le dije lo que me pasaba. Entonces él fue mi catequista y me dijo ‘Vamos a empezar por el nuevo testamento porque al antiguo ya te lo sabés’.”

Llegaba la hora del final del encuentro y los casi cincuenta “audaces” se habían olvidado de la siesta, del calor y del cansancio. Estuvieron los 45 minutos de la clase (perdón, del encuentro) casi sin moverse. Nadie intentó aprontarse sombreros, bolsos y botellas de agua para el regreso. Se la vio a la profesora, que una vez explicaba las derivadas y las integrales matemáticas, diciendo algo que para ella era esencial.
“Quisiera decirles que cuando rezamos la liturgia de las horas -también la misa- rezamos junto con el cielo. Es decir, la liturgia de la tierra está orientada con la liturgia del cielo, con los ángeles y los santos. Sepan que no están rezando solos, que el cielo reza con ustedes. Y es muy real lo que les estoy diciendo. Hay una anáfora que dice que esta ofrenda sea llevada por manos de los santos ángeles hasta el altar del cielo... Piensen en esto cada vez que van a misa. El libro del Apocalipsis es eso, la liturgia del cielo. Vayamos acostumbrándonos acá, para cuando lleguemos al cielo.”

No muy lejos, alguien escuchó una campana…