María Antonia de San José

Mamá Antula, santa por seguir

Mama Antula será canonizada por el Papa Francisco y se convertirá en la primera santa nacida en la Argentina
Lucía María Ferrero y Luis Antonio Ferrero

María Antonia de la Paz y Figueroa (Santiago del Estero, 1730- Buenos Aires, 07.03.1799), o, después en su vida de religiosa, María Antonia de San José, hispanoamericana, rioplatense, laica santiagueña, tal como lo afirma el historiador Guillermo Furlong, “es una de las figuras femeninas más extraordinarias en la historia universal, y fue [el jesuita] Gaspar Juárez quien templó esa alma y contribuyó a la que fue: una Teresa de Jesús de subido tono criollo”.
El último fruto sabroso de un mundo que fenecía, desde aquel tiempo llamada Mamá Antula (denominación que venía del dialecto quechua, que ella también dominaba), vino al mundo en cercanías de la actual ciudad de Santiago del Estero (actual Argentina) o en dicha ciudad capital. Más tarde, ya en su vida religiosa adoptaría el nombre de María Antonia de San José. Hija de su tiempo, nació de una familia heredera de aquellos descubridores, conquistadores y pacificadores llegados a estas tierras, que pasarían a integrar el grande y civilizador dominio de la Monarquía católica. Por sus venas corría la sangre de los grandes de aquella monarquía. Apenas iniciada su vida, en su juventud, a los quince años, siguiendo a los Padres de la Compañía, se asoció a los mismos como Beata de la Compañía de Jesús (beatas eran lo que hoy denominamos laicas consagradas), junto a varias jóvenes que vivían en común, rezaban y practicaban la caridad. Su trabajo en la evangelización de los pueblos encontrados de aquellos parajes, fue la enseñanza del Evangelio, así como también su participación en las tareas civilizatorias que los Jesuitas ya habían desarrollado ingentemente, tales como la educación, en la enseñanza de la lectura y la escritura, y de igual forma en la ayuda para perfeccionar algunas técnicas en los trabajos de la ganadería y la agricultura.
Tras el tristísimo drama que padeció Hispanoamérica, la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767 y, más tarde, su disolución (1773) por parte del Papado, con el consecuente vacío acontecido en todos los órdenes, Mamá Antula decidió proseguir la obra de los Ejercicios Espirituales que los Padres realizaban. Sin desanimarse frente a las circunstancias adversas, que siempre son ocasión para la maduración, inició una caminata (totalmente a pie descalzo) por las actuales provincias argentinas de Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Jujuy, regresando nuevamente a Tucumán, Catamarca y La Rioja. En 1777 llegó a Córdoba y finalmente arribó a Buenos Aires en septiembre de 1779; además, en 1784 (por dos años), viajó a Colonia del Sacramento, y luego a Montevideo, a fin de promover la práctica de tales Ejercicios. Tal como se lo comunica al padre Gaspar Juárez (jesuita, mentor de ella, a la sazón en Italia), por carta: Fui restableciendo regularmente los Ejercicios Espirituales, y para que los frutos sean mayores, ellos están bajo la protección de Nuestra Señora de los Dolores y de los Santos de la Compañía, cuyas fiestas celebro con solemnidad.
En la capital del Virreinato del Río de la Plata, Buenos Aires, donde fue recibida con gran recelo por el Virrey y Obispo, inició trabajos para concretar su obra, con la creación de una Casa de Ejercicios, que aún hoy puede visitarse.
Tal como dice una crónica de estos días, ¿desafió nuestra santa las convenciones de su tiempo? ¿Por qué realizó tales penosos viajes? ¿Para hacer el bien o ayudar a los pobres? ¿Qué fue lo que encontró? Su vida se había topado con algo grande y lo quiso comunicar. En medio de circunstancias muy adversas, a pesar de la expulsión de la Compañía, siguió el camino trazado por la misma: anunciar al Único capaz de colmar nuestras vidas. Y, además, demostrando que los Jesuitas –tal una laicista crítica generalizada– no fueron personalistas en su educación de los pueblos encontrados, sino que lo ofrecían a cualquiera, para no malograr ni perder el fruto que ofrece el mismo Jesucristo, que jamás fue aceptador [de hacer acepción] de personas, como afirmaba la santa.
Como lo asevera en una de sus muchas Cartas: Dios lo hará todo. “Su diestra es omnipotente” y en tanto participamos de su fuerza en cuanto confiamos menos en los auxilios humanos. Cualquiera que sólo ponga la mira en tales socorros caducos suministrados por manos de hombres perderá todas sus empresas, confundirá su fe, se perderá eternamente, y así será “maldito el hombre que confiare absolutamente en otro hombre”. Su clara y perseverante vida en el seguimiento nos muestran palmariamente que las fuerzas que cambian la historia son las mismas que cambian el corazón del hombre. Así lo quiso ella en su abrazo humano a estos pueblos, que salían dramáticamente de la tan mal llamada etapa colonial, aquellos ‘tiempos fundantes’, a los cuales no volveríamos, para adentrarnos en otros tiempos no tan venturosos.
Todas mis ansias miran al servicio y mayor gloria de Dios, le dice a su amigo y mentor, Gaspar Juárez. Hoy, desde este contexto histórico totalmente diferente, ¿nos dice algo su vida? A nosotros, moralistas modernos, ¿a qué nos llama la simple vida de esta santa?